María era para mi una de esas abuelitas que entran en tu corazón y no se van más. El cariño que nos teníamos era recíproco. Cuando no sabía de mí llamaba al teléfono de casa y decía: dove é stefania? (donde está Stefania?) Es que cuando no pasábamos seguido a su casa pensaba que casi ya habíamos vuelto a nuestros países sin despedirnos. Aún me acuerdo que cuando supo que era mi cumpleaños se preparó toda la semana. Y el domingo me llamó temprano para que pasara a buscar la olla con el conejo que me había cocinado. El mismo día era una gran fiesta en su casa por el cumpleaños de su marido y como sabía que no entrábamos todos, por lo menos quería que a la distancia pudiéramos comer lo mismo.
El día jueves antes de su fallecimiento pasamos un bella tarde juntas. Nos contaba de sus preocupaciones y sobre todo de Enrico, su marido, que poco a poco con la edad perdía la movilidad y la conciencia de los días. María se daba tanto para su familia y también para nosotras. Siempre tenía algo que darnos, nos mandaba con un poco de fruta de su jardín o algún dulce que había cocinado. El día de su muerte, su hija Pina como todas las mañanas pasaba a verla y la encontró botada en el piso. No se sabe bien la causa de su muerte pero rápidamente nos informamos. Era un lunes y yo estaba en tierra firme en la casa de unos amigos. Marcella, mi hermana de comunidad, estaba en Procida y acompañó toda la jornada a la familia. Apenas llegue a Procida pase a su casa, la hija Pina al verme cayó a mis brazos y empezó a llorar. Yo sinceramente no sabía qué decir porque aún no podía entender como de una semana a otra Maria nos había dejado. Pase algunas horas rezando al lado del cuerpo de Maria y después compartiendo con la familia. Pina no quería que nos fuéramos, a cada rato nos decía: Mi madre las quería tanto, a ella le gustaría que ustedes estuvieran aquí. Poco a poco la paz llegaba a la casa y partimos de vuelta a la nuestra.
El día del funeral todas las lágrimas que no habían aflorado en el velorio llegaron rápidamente. Una pequeña mujer que estaba en la iglesia me tocó el hombro, no saben la grande consolación que recibí de este pequeño gesto. Cuando nos despedimos con la familia, Pina nos rogaba que no dejásemos de visitar a Enrico su padre porque él también nos necesitaba.
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