Pensar en volver el lunes al trabajo resulta tedioso después de haber vivido durante tres días el misterio de la fe. Peor aún, es pensar que hay que esperar un año más para poder vivir esta experiencia tan bella e inigualable pero dolorosa a su vez.
Acompañar a Jesús en Getsemaní y compartir con Él la agonía que sufrió en su corazón antes de que lo crucificaran. Ver las caras de perplejidad y de vacío, al mirar la pared de la iglesia y solamente encontrase con la silueta de la cruz. La curiosidad de los rostros de los niños y la admiración de las personas del barrio al ver el Vía Crucis pasar -¿Qué es lo que pasa? ¿Quién ha muerto?-. Es que incluso las nubes y el sol estuvieron atentos y nos acompañaron en estos días.
Toda esta oscuridad y desolación cambia en la Vigilia Pascual, el anuncio del Pregón Pascual nos encamina a la Resurrección y de repente todo el templo pasa de estar oscuro y frío a llenarse de luz, flores y alegría. La alegría de esa noche era aún más grande al saber que Pauli recibiría su bautizo. La mañana del domingo de Resurrección amanecía con un sol radiante que iluminaba todo el barrio e inevitablemente se sentía un ambiente de paz y de gozo. ¡Es que Cristo había vencido a la muerte!.
El día domingo terminaba con un rico asado con los amigos y gritando los goles de la pichanga, pero surgía en el corazón el profundo deseo de que todo comenzara de nuevo.
Stephanie Bartelt
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