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Visitas en un hospital: Sooolo…Aleeegre….Graaacias!

Hace unos 3 meses y medio comenzamos un nuevo apostolado en el Hospital Evita Perón ubicado cerca de nuestro barrio. P Juan Carlos, el capellán del hospital, con mucha buena voluntad y un entusiasmo fuera de lo común nos presentó su misión. Él conoce a todos los médicos y enfermeras, se interesa por todos y por todo. Viéndole en el hospital durante sus primeras visitas, pude ver ante mis ojos cómo él vive "una compasión hacia todo ser". Él nos decía que visitar es ver en los que sufren "el rostro visible de Cristo".



El hospital dista mucho de ser perfecto, pero a pesar de eso, lo que me impresionó enormemente es la buena voluntad, las sonrisas, la actitud de las enfermeras, los médicos, el cariño con el que tratan a los enfermos. La dedicación con que la Dra. María, una amiga del barrio, trata a los pacientes me impresionó. De hecho, es ella que nos guía cada vez y nos dice el nombre y la habitación de los pacientes que no son visitados por la familia, que tienen una situación complicada, que se sienten solos y a quien les vendría bien una presencia.


También he presenciado a menudo, mientras visitaba, a las enfermeras que alimentaban, cuidaban y lavaban a los que ya no podían hacerlo por sí mismos. El gesto siempre iba acompañado de palabras familiares y cariñosas. Ellas parecían más bien hijas o madres de estos pacientes. Con sus batas azules, parecen ángeles disfrazados que ofrecen tanto cuidados corporales como una presencia reconfortante para el alma. La humanidad de sus gestos me impresionó mucho.


En un hospital como el Evita donde uno estaría tentado de ver solo los defectos, lo pequeño, lo frágil, son los rostros los que dan belleza y te obligan a buscar lo que es bueno como estos médicos y enfermeras que trabajan viviendo el trabajo como una vocación.




Sergio


Solemos visitar el 3er y 4to piso donde hay enfermos de todo tipo: los que salen de cuidados intensivos, los que están en tratamiento trás una operación, los que saldrán del hospital en días, algunos pacientes que están inmovilizados, pero también algunos que llevan meses en el hospital y … hasta años! Al principio me resultaba bastante difícil ver todo el sufrimiento que tenía ante mis ojos. Detrás de cada puerta de una sala, no sabía que me esperaba. La realidad se presentaba de repente, interrogadora, sin un ápice de maquillaje.


De todas las visitas que viví en el hospital, un encuentro me dejó una fuerte impresión, el que tuve con Sergio. No sé si puedo decir que somos amigos, porque mi relación con él fue un poco especial. Sergio, a sus 47 años, había sufrido 4 ACV y podía hablar con mucha dificultad. Cada palabra que decía, le suponía un gran esfuerzo y le llevaba tiempo. A menudo la única palabra que podía decirnos era: Ho-oll-aa! Lleva dos años en el hospital, que es casi como su casa, ya que antes vivía en la calle. Él no tiene familia que lo visite. En una de mis visitas, al preguntarle cómo estaba, la única palabra que dijo fue: Soo-lll-o. (Solo).


Él estaba siempre en la cama, casi completamente inmovilizado, muy débil, desfigurado, ni siquiera podía comer por sí mismo, la comida pasa a través de un tubo directamente en su estómago. Viéndolo así, yo pensaba que tal vez no era muy consciente de su situación. Ese grito de soledad me demostró lo contrario. Sergio se sentía solo. Su vida estaba completamente en manos de los médicos, las enfermeras, las personas que cuidan de él cada día.


Cada semana entrábamos en su sala, donde estaba aislado y a menudo durmiendo. Otros días, lo encontrábamos despierto, y como hablaba con tanta dificultad, cada palabra suya me parecía preciosa. Lo recuerdo diciendo muy animado cuando le llevé a mi comunidad para conocerle: ¡Un gusto! (y lo repitió dos o tres veces). Otras veces cuando entraba decía: Alegre, alegre, o diciendo a final de la visita: Gracias.


Hace poco María nuestra amiga médica del hospital, nos anunció que Sergio había muerto. Sé que a los ojos del mundo no hay mucha belleza ni utilidad en Sergio y su sufrimiento. Yo no podía hacer mucho por él, me sentía desarmado y atravesado por su mirada. Debido a su fragilidad, nuestros encuentros solo podían basarse en pocas palabras, en tiempos juntos, pero me di cuenta de que no debía llenar el silencio entre nosotros, y muy pronto fue sólo un intercambio de miradas. Podía simplemente mirarle, llevarlo en mi corazón, en mi memoria. Porque la belleza de Sergio se encontraba en el hecho de que Jesús santificó el cuerpo humano a través del sufrimiento en la Cruz. Se identificó con Sergio, con su impotencia, con su fragilidad y la debilidad de su cuerpo, en su hacerse completamente disponible, en dejarse completamente en manos de los demás. Contemplando a Sergio, había muy poca diferencia entre la Hostia del sagrario y él, porque su cuerpo era pura transparencia. Frente a Sergio, la invitación era a quedarme, a mirarle, a ver en él más de lo que el ojo humano ve, a hacerle saber que es importante, que merece un lugar en mi corazón que lo recuerda, un lugar en mi inteligencia que busca conocerle, un lugar en mi libertad que lo elige como amigo.


Nuestra misión puede parecer a veces muy poca cosa, pero ¿quién puede medir el don de la amistad en el fondo del corazón de quien se siente "Solo" como Sergio?


De Calin, voluntario rumano de misión en Argentina


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