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Yo tenía la misma sed de ser amada

Rosario acaba de volver a Argentina después de un año en el Punto Corazón de Valparaíso. Con Lidia volvió a lo esencial: la sed más grande que tenemos todos es la de una presencia.


Lidia me ayudo a ver algo muy trascendental cuando fui a despedirme de ella. Le dije que me tenía que ir, y le comenté lo importante que era para mí. No dijo muchas palabras, solo me dio las gracias y comentó algo que me marcó mucho hasta el día de hoy: “el 18 tengo que ir al médico. ¿Quién me va a acompañar?”. La forma en que lo dijo me dolió, porque sentí que no le interesaba mucho si me iba. Pero entendí que esto fue una gran revelación para mi misma en esta despedida. Comprendí, gracias a ella, que no soy indispensable y ¡qué error más grande fue sentirme necesaria! ¡Qué error el mío!, pensar que las personas me pertenecen, que la misión es mía, cuando Dios me mostró muchas veces que no era así. Más allá de lo que pude aportar o no, la misión siempre fue de Dios y va a continuar siendo su obra a través de mis hermanos de comunidad que se quedan y los nuevos voluntarios que llegarán.


Ustedes pensarán que realicé grandes cosas, pero la realidad no es esa, hice cosas pequeñas y, a veces no pude hacer nada. Muchas veces fui solo presencia, solo pude darles una gota a su mar, a su infinita sed de ser amados, porque yo tenía la misma sed de ser amada.


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