Laura es colombiana y vive en el Punto Corazón de Tegucigalpa, Honduras. En Diego, niño muy callado, encontró la sonrisa más linda del mundo.
Unos meses atrás, Diego venía siempre que abríamos la casa para los niños, pero no se relacionaba en absoluto con nosotros. Venía, jugaba pelota, se iba. Fin de la historia.
Un día se nos ocurrió invitarlo a una salida. Pienso que fue Dios quien nos lo susurró al oído. Poco a poco, él empezó a pasar más tiempo en casa cuando los otros niños no estaban. Nos ayudaba a barrer el patio o a llevar la basura. No hablaba, pero quería estar siempre aquí. Si uno le decía “Hola Diego” o si le preguntaba cómo le había ido en la escuela, la respuesta era la misma: silencio sepulcral.
Entre más arisco era él, más me interesaba acercarme: “Hola Diego, hola Diego, hola Diego, hola Diego...”, al final se cansaba y respondía entre dientes “hola”. Descubrí que la cara seca y huraña de Diego también podía tener la sonrisa más linda del mundo. Pienso que el corazón de Diego se ha ido ablandando. En cuanto a mí, cada vez que sonríe, me derrite del todo el corazón: “Les he enseñado a amar con corazón humano, porque en lo humano les mostré la obra espléndida de Dios” (Hermanita Magdalena de Jesús).
Ahora nos habla bastante, aunque normalmente es Dilcia quien nos llama a gritos desde la puerta para decirnos: “Es que Diego pregunta si lo van a dejar entrar”. En más de una ocasión se han quedado rezando el rosario o rezando vísperas con nosotros, todo con tal de pasar tiempo aquí. El otro día, de la nada, declaró: “yo aquí voy a pasar la navidad”. ¿Cómo podría no quererlo?
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