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Un gran regalo



El pasado 18 de sep­tiem­bre partí rumbo a lo que no sabía sería una de las expe­rien­cias más bellas que he vivido. Volé con des­tino a Cuba, donde me espe­ra­ban: Kasia (polaca), Mar­cela (cos­ta­rri­cense) y Héloïse (fran­cesa) para vivir con ellas un mes en el Punto Cora­zón Beato José López Piteira de La Habana.


Calor, hume­dad, pal­me­ras, filas eter­nas para poder com­prar, para­guas en el bolso para la lluvia que cae sin avisar, hom­bres jugando dominó por la noche en el corre­dor de sus casas, abue­los en sus mece­do­ras tomando café, autos de los años ´60... Todo esto podría des­cri­bir per­fec­ta­mente el pai­saje diario de la isla, pero Cuba es mucho más que su pai­saje.


Al ir cono­ciendo a los amigos y entrando poco a poco a com­pren­der la vida de los cuba­nos, su his­to­ria y sus heri­das, me di cuenta de que la amis­tad es uno de los sus mayo­res teso­ros. Ramiro, uno de nues­tros veci­nos, que es como un padre para todas las chicas que pasa­mos por la casa del Punto Cora­zón, dice: «Todos mis amigos se van, sólo tengo que enca­ri­ñarme con alguien y enton­ces se va». Es que por la situa­ción polí­tica y social, muchos buscan nuevas opor­tu­ni­da­des y se van de Cuba. Sin duda para Ramiro es un gran sufri­miento vivir en des­pe­di­das, sabiendo que quizá no vol­verá a ver nunca más a sus amigos y fami­lia­res, pero esto no lo limita a dejar de abrir su cora­zón para amar nuevos ros­tros, como lo fui yo por mi esta­día en la isla.

El mila­gro de la amis­tad pura, incon­di­cio­nal y gra­tuita, es lo que llenó por sobre todo mi cora­zón. La mayor gracia, y un gran regalo que Dios me dio durante el mes en Cuba, y que con­servo para toda mi vida.


Francisca Peralta


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